La modernización en las ciudades sirve para facilitar el desplazamiento de los trabajadores y aportar comodidades, para hacer la vida más fácil. Sin embargo, muy a menudo, son las trabajadoras y trabajadores urbanos pobres los que pagan el precio de estos cambios.
Por Leslie Vryenhoek con notas de campo de Avi Majithia, Pauline Conley, Sarah Reed, Megan MacLeod y Olga Abizaid
La modernización en las ciudades debe facilitar el desplazamiento de los trabajadores y aportar comodidades, y facilitar la vida. Sin embargo, muy a menudo, son las trabajadoras y trabajadores urbanos pobres los que pagan el precio de estos cambios.
Son solo las 4 de la mañana, Lima duerme, las calles están casi vacías y las aceras están desiertas a excepción de algunas mujeres con monos municipales de trabajo y mascarillas que limpian las calles. Incluso el distrito densamente poblado de San Juan de Lurigancho de esta inmensa metrópoli está tranquilo. A continuación aparecen los y las vendedoras de periódicos (canillitas), que llegan al punto de distribución donde compran los periódicos que venderán hoy.
Hace frío esta mañana y la niebla se convierte en llovizna. Las aceras están húmedas cuando llegan al trabajo, organizan y agrupan los periódicos. Una selección de noticias serias y otras más ligeras, deportes y ocio. Por cada periódico vendido ganan 20-25 % del precio de venta.
Esta es solo una de las formas en las que el cambio en el mundo está dificultando la lucha diaria de algunos de los trabajadores más pobres de esta capital.
Pero en los últimos años la venta de periódicos ha disminuido dramáticamente en Lima, debido a la disponibilidad de noticias por internet. También ha habido un cambio de los lectores en favor de una prensa sensacionalista menos seria. Y esas publicaciones más baratas aportan menos ingresos a los vendedores.
Esta es solo una de las formas en las que los cambios en el mundo están dificultando la lucha diaria por la supervivencia de algunos de los trabajadores más pobres de esta capital.
Venta de periódicos: desafíos diarios antes del amanecer
Juana Corman Peréz es una de los canillitas en las aceras en esta fría mañana de septiembre. Ella se toma el clima y las primeras horas del día con calma. Como muchos de estos vendedores, lleva décadas haciendo este trabajo, ofreciendo un importante servicio al público. Y al igual que muchos de sus compañeros, ella está molesta por la falta de apoyo de las autoridades locales en Lima.
Por ejemplo, recientemente, el sindicato de vendedores de periódicos pidió la instalación de tiendas para resguardar a los vendedores y vendedoras mientras realizan su trabajo. Pero a pesar de que las aceras están vacías en estas primeras horas del día, la municipalidad se negó argumentando que si instalaban tiendas tendrían que cobrarles por el uso del espacio público.
La municipalidad se negó argumentando que si instalaban tiendas tendrían que cobrarles por el uso del espacio público.
A esto hay que añadir el moderno sistema de transporte que se ha creado aquí. Esta vía, con múltiples carriles, se ha convertido en una ruta de autobuses mientras que por arriba pasa el metro, un sistema de tránsito eléctrico. Está todo diseñado para ofrecer a la población activa de Lima un medio conveniente para ir a trabajar al mismo tiempo que se ayuda a atenuar los grandes problemas de tráfico en la ciudad. Pero la modernización también ha dividido esta comunidad e interrumpido el ecosistema de medios de sustento informales que prosperaba aquí. Donde tiempo atrás había vendedores ofreciendo té y comida, ahora solo quedan estas aceras vacías.
Los mototaxis informales que proliferaban en esta calle también han sido obligados a marcharse.
Ese es un problema particular para los vendedores y vendedoras de periódicos, a los que se les prohíbe la venta en el moderno y asequible transporte público.
Juana tiene que contratar a un mototaxi para recogerla y llevarla a un pequeño kiosco donde vende los periódicos. El trayecto, más caro que antes, le cuesta siete soles. Y eso significa que las primeras 35-40 unidades vendidas cada día —más de un tercio de sus ingresos diarios— cubren tan solo el transporte.
Vendedores de La Parada: desplazados para dejar paso al “progreso”
A las 5:30 de la mañana la ciudad despierta. Mientras el sol atraviesa lentamente una niebla gris, el tráfico comienza en serio. Y en los mercados, los vendedores y vendedoras empiezan a dar la bienvenida a sus clientes. Pero al igual que los canillitas, muchas de estas personas ya llevan varias horas trabajando para preparar las ventas del día.
La Parada era, hasta hace unos pocos años, el principal mercado mayorista de Lima. Este prosperaba debido a su situación en el centro. Alrededor de 7000 vendedores se ganaban la vida aquí, apoyados por una legión de porteadores bien organizada. Sin embargo la municipalidad decidió construir un mercado mayorista donde los mayoristas podrían alquilar espacios. A pesar de las protestas de los trabajadores, el traslado se llevó a cabo en 2012, produciendo violentos enfrentamientos (en inglés) entre los vendedores y las autoridades.
A pesar de que el mercado mayorista fue trasladado a una instalación muy grande y moderna en Santa Anita, un pequeño grupo de vendedores de mediana escala todavía opera en La Parada. El problema es que deben acudir a Santa Anita para adquirir sus productos. Para muchos, esto significa caminar mucho antes del amanecer y viajar durante horas para estar listos para los primeros clientes de la mañana.
Donde tiempo atrás había vendedoras ofreciendo té y comida, ahora solo quedan estas aceras vacías.
Mientras tanto, el área que conformaba el mercado mayorista de La Parada es ahora un parque —el parque del migrante— que abarca 3,4 hectáreas. Con difícil acceso y abierto pocos días, los vecinos dicen que está prácticamente vacío, mientras que alrededor de este, un concurrido mercado informal continúa atendiendo a los residentes y restaurantes.
Venta de mercados: largas jornadas y grandes competidores
En el Mercado Modelo de Pamplona Alta, un mercado minorista, una mujer que vende productos no perecederos viaja al mercado mayorista por la noche, después de una larga jornada de venta, para comprar productos para el día siguiente. Este es un trayecto peligroso de noche, y ella se preocupa de los riesgos ya que lleva encima mucho dinero para pagar los productos —dinero que si le roban no podrá reponer—.
Ella comenta que las mujeres y hombres que venden productos perecederos también tienen que viajar en la oscuridad para estar en el mercado mayorista a las 4 de la mañana. Para algunos, comenta, esto puede llegar a suponer hasta 150 km al día, en la congestionada Lima. Pero es un viaje diario esencial para garantizar que sus productos sean frescos.
La municipalidad decidió construir un eje público de transporte… y el mercado tuvo que trasladarse.
El producto fresco es importante. Los grandes y modernos supermercados que prometen comodidad han quitado a los mercados tradicionales alrededor del 30 % de los ingresos, así que este sector está obligado a ofrecer un valor añadido. Este aspecto se ha convertido en parte importante del trabajo de organización y movilización.
La Federación Nacional de Trabajadores de Mercados, está desarrollando estrategias para ayudar a sus miembros a competir con los gigantes establecimientos comerciales. Si los vendedores de mercados tradicionales no pueden ganar con los precios a los supermercados, al menos pueden con calidad, productos frescos y un servicio personal y cordial. Y debido a que muchas han llegado aquí desde áreas rurales, ofrecen una comida auténtica y tradicional que no se puede encontrar en los supermercados.
El mercado moderno: una mezcla de moderna eficiencia y tradición
Hace décadas, el gobierno municipal de Lima contrató asesores estadounidenses para diseñar un plan para un mercado mayorista en Lima. El Gran Mercado Mayorista fue finalmente construido en Santa Anita en 2012. Hoy día, factura más de 6 a 7 toneladas diarias de productos, que llegan hasta aquí en alrededor de 600 camiones. Mientras que en la antigua instalación se tardaba 20 horas en descargar los productos, el gran espacio para camiones de la nueva instalación hace que el trabajo pueda ser realizado en una décima parte de ese tiempo.
Si los vendedores de mercado tradicional no pueden competir en precios con los supermercados, al menos pueden con calidad, productos frescos y un servicio personal y cordial.
En el mercado mayorista trabajan un total de alrededor de 3000 hombres y mujeres, incluyendo porteadores y vendedores, y 200 personas adicionales que trabajan en la administración. El recinto incluye un centro médico, una farmacia y una instalación con duchas, consignas y una cocina. (Sin embargo, el director del mercado reconoce que algunos trabajadores han construido sus propias instalaciones informales, porque las oficiales son muy pequeñas y limitan sus actividades).
La mayoría de los compradores dependen de vehículos privados para llegar al mercado mayorista y recoger sus productos. Para los pequeños vendedores, este trayecto supone tiempo y gastos adicionales. Se espera la próxima apertura de un enlace de metro adyacente al recinto, aunque esa opción que es más asequible también tiene sus limitaciones. Por ejemplo, solo les permitiría llevar una pequeña cantidad de productos, lo que en muchos de los 300 000 puestos de mercado tradicional de Lima, simplemente no les aportarían los ingresos suficientes para sobrevivir.
Esta enorme instalación puede ser muy moderna, sin embargo algunas tradiciones continúan. Las y los vendedores y porteadores siguen especializándose en ciertos productos. Y se sigue diciendo que cada producto tiene su propio santo patrón. En el caso de las cebollas y el ajo es la Virgen de Chapi.
Trabajo informal en Lima: largas jornadas llenas de desafíos
El kiosco de Juana está situado en la esquina de una gran área residencial. Es pequeño —caben dentro de tres a cuatro personas, apretadas— y las paredes están cubiertas con tentempiés y chucherías que también vende. Juana paga 40 soles al año por alquilar este kiosco a una empresa; la municipalidad exige que mantenga un área despejada de cuatro metros alrededor de él.
Ella vende en este hasta las 2 de la tarde. A continuación, después de cerrar el kiosco, trabaja horas de voluntaria para la Federación Nacional de Vendedores de Diarios, Revistas y Loterías del Perú, FENVENDRELP, donde ayuda con asuntos legales. (Juana acabó recientemente una licenciatura en Derecho. Desafortunadamente no dispone del dinero para comprar la costosa licencia que se exige para ejercer de forma profesional).
La mayoría de los compradores dependen de vehículos privados para llegar al mercado mayorista… Para el pequeño comercio este trayecto supone tiempo y gastos adicionales.
Una lucha que ha adoptado la FENVENDRELP incluye un programa de protección social, que ofrecía para los canillitas un acceso limitado a atención médica y pensiones. Fue puesto en marcha a mediados del siglo 20 por actores del sector y diseñado sin ninguna participación de los y las vendedoras, así que distaba mucho de ser perfecto. Pero al menos era algo, y ahora se ha bloqueado durante 8 años mientras una investigacion criminal estudia las alegaciones de corrupción perpetradas por su administrador.
Ese tipo de historias suceden con demasiada frecuencia en el mundo moderno.
Serán las 9 de la noche antes de que Juana pueda acabar su día y vaya a descansar —aunque mucho antes del amanecer volverá a estar de pie y en marcha—.
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