Carmen Almeida, 56, está preocupada por mantenerse en contacto con sus compañeras trabajadoras del hogar. La mayor parte de ellas no han trabajado desde principios de marzo, cuando comenzaron las medidas de confinamiento en Perú, y las pocas que siguieron trabajando fueron aisladas en los hogares de sus empleadoras y empleadores, impidiéndoles visitar a sus propias familias. Carmen se las arregló para conseguir algunas donaciones, incluyendo una que tenía por objetivo ayudar con la comunicación. Pero “no puedes comer un teléfono” dijo, para expresar el grado de desesperación en el que muchas se encontraron a sí mismas durante muchos meses luego de empezada la crisis.
Historias como la de Carmen son un lugar común en todo el mundo, en el contexto de las primeras medidas de confinamiento por la COVID-19, con un sinnúmero de personas trabajadoras en empleo informal enfrentándose a la cruda realidad de la necesidad de restablecer sus medios de sustento. A casi un año de la pandemia de la COVID-19, existe un amplio reconocimiento de que el progreso mundial hacia la reducción de la pobreza ha sufrido un grave retroceso dado el impacto desproporcionado de esta crisis en las poblaciones más vulnerables. Las Naciones Unidas estiman que habrá 71 millones de personas más viviendo en la extrema pobreza, y la OIT estima pérdidas de ingresos laborales por 3,5 billones en los primeros tres trimestres de 2020, debido a la pandemia.
Con 4 mil millones de personas excluidas de la protección social, y una proyección negativa del PBI del año, la magnitud histórica de la crisis exige una inversión sin precedentes para que la gente pueda volver al trabajo. Sin embargo, al día de hoy, no existe ningún plan para hacer algo así en la economía mundial, donde el 61% del empleo es informal. ¿Qué podemos aprender de la experiencia de las personas trabajadoras en empleo informal a lo largo de esta crisis?
Los datos arrojados por la primera fase del estudio sobre la crisis de la COVID-19 y la economía informal, dirigido por WIEGO en 12 ciudades, señalan tres patrones comunes a los grupos ocupacionales en todos los continentes. El primero es una caída repentina y masiva de los ingresos. Dado que muchas personas trabajadoras en empleo informal dependen de los ingresos que generan día a día para saciar sus necesidades básicas, y dadas las relaciones entre el trabajo informal y la pobreza incluso previas a la pandemia, la interrupción de los ingresos tuvo graves consecuencias para las trabajadoras y trabajadores y sus hogares. El segundo patrón es que el alcance de las transferencias en efectivo de emergencia y la ayuda alimentaria en los primeros meses de la crisis fue limitado y desigual. El tercero, en consecuencia, es que las personas trabajadoras han recurrido a diversas estrategias para afrontar esta crisis que agotaron los recursos que habían podido acumular, dejando por delante un largo camino hacia la recuperación.
¿Qué pasó con los ingresos cuando nos golpeó la pandemia?
La primera ola de medidas restrictivas golpeó severamente los mercados y las cadenas de suministro en marzo y abril, y las ondas expansivas afectaron inmediatamente a los ingresos de las trabajadoras y trabajadores. A pesar de que las distintas implementaciones de las medidas restrictivas a nivel local y nacional moldearon las experiencias de las personas trabajadoras, en las 12 ciudades que abarca el estudio los ingresos se vieron drásticamente reducidos.
Ciudades del estudio La crisis de la COVID-19 y la economía informal, dirigido por WIEGO
En las ciudades con medidas de confinamiento estricto, el trabajo llegó prácticamente a una paralización total. En Ahmedabad, se aplicaron duras medidas de confinamiento desde el comienzo, lo que resultó en que un 97% de las personas trabajadoras del hogar, un 92% de las trabajadoras en domicilio, un 96% de las vendedoras ambulantes y un 98% de las recicladoras reportaran haber tenido ingresos iguales a cero durante el pico de las restricciones. De manera similar, las trabajadoras y trabajadores en Lima informaron haber sufrido graves interrupciones.
En las ciudades en las que las restricciones fueron menos severas, el alcance del cese inmediato de ingresos fue variando a través los distintos grupos ocupacionales. Las trabajadoras y trabajadores del masaje en Bangkok, Tailandia, por ejemplo, debieron dejar de trabajar por completo dado que se implementaron medidas que exigían el distanciamiento físico. Las personas trabajadoras de la industria del turismo en Tailandia también se vieron muy afectadas. Pero, para otros sectores, la experiencia fue más heterogénea; algunas personas vendedoras ambulantes, recicladoras y trabajadoras del hogar reportaron haber tenido, al menos, algunos ingresos.1
Más allá de estas variaciones, todos los grupos ocupacionales que abarca el estudio sufrieron una fuerte interrupción de sus ingresos. En todas las ciudades, a excepción de Dar es Salaam, los ingresos promedio de las personas participantes del estudio durante el pico de las restricciones fueron menos de la mitad de lo que eran en febrero, antes de que comenzara el confinamiento. Y en la mitad de las ciudades de la muestra –Ahmedabad, Delhi, Nueva York, Lima, Durban y Tiruppur– los ingresos reportados correspondientes al mes de abril fueron menos del 20% de los ingresos reportados en febrero. En Ahmedabad y Durban, los ingresos en abril habían disminuido en un 95% respecto de febrero.
Esta fuerte caída del promedio de los ingresos refleja al mismo tiempo la gran proporción de personas trabajadoras que no ganaron absolutamente nada (Figura 1) y la escasa demanda de bienes y servicios entre aquellas que pudieron seguir trabajando. A lo largo de toda la muestra del estudio, el 69,8% de quienes respondieron reportaron haber tenido ingresos iguales a cero durante el período de confinamiento. Para quienes siguieron trabajando, la demanda de bienes disminuyó abruptamente.
Figura 1: Porcentaje de personas trabajadoras encuestadas que reportaron “cero ingresos” en abril de 2020, por ciudad
Incluso en junio y julio, cuando se relajaron algunas medidas de confinamiento, la mayor parte de las muestras de las ciudades reflejaron ingresos promedio de menos de la mitad que antes de la COVID-19. Para algunas personas trabajadoras, como las vendedoras ambulantes en Accra, esto se debió a que agentes de la policía bloquearon el transporte de bienes. Una persona trabajadora en domicilio en Pleven reportó que las y los clientes dejaron de comprar bienes no esenciales, como regalos o joyas. En Durban, Sudáfrica, la policía impidió el acceso a las personas recicladoras a sus puntos de recolección, y hostigó a quien viera cargando materiales reciclables:
Ya no tenemos acceso a los hoteles ni tiendas minoristas a los que solíamos acceder antes del confinamiento. No nos permiten recolectar residuos [para reciclar]; Durban Solid Waste recolecta y arroja todo al relleno sanitario... Cuando intentamos hacerlo, la policía se lleva nuestros reciclables.
De manera similar, una persona vendedora ambulante de Lima reportó la pérdida tanto de sus ingresos como de su lugar de trabajo, como resultado de las acciones de las autoridades locales para limpiar las calles:
El desalojo y la confiscación; se llevaron mi lugar de trabajo, mi capital y los ahorros que logré luego de haber vendido mis productos durante mucho tiempo.
Muchas de las personas encuestadas hablaron del impacto de la pérdida de ingresos en la salud mental y física, y la necesidad de cambiar los patrones de consumo, incluyendo el consumo de alimentos. En cuatro de las ciudades –Pleven, Lima, Durban y Tiruppur– mucho más de la mitad de la muestra reportó que miembros del hogar sufrieron hambre durante el mes posterior al fin del confinamiento. En otras cuatro ciudades –Accra, Dakar, Ahmedabad y Delhi– más de la tercera parte de las personas trabajadoras reportaron que un miembro de su hogar pasó hambre.
¿Pudieron los subsidios y la asistencia alimentaria colmar la brecha?
La pérdida repentina de empleo llevó a los gobiernos de todo el mundo a considerar medidas de alivio, incluyendo los subsidios en efectivo de emergencia y la asistencia alimentaria. Algunos de los países incluidos en el estudio implementaron tales medidas, pero no todos.
En los casos en los que se implementaron medidas de asistencia alimentaria y subsidios, su alcance fue limitado y desigual. A lo largo de las 12 ciudades, alrededor del 40% de las personas trabajadoras reportaron haber recibido alimentos o subsidios en efectivo por parte del gobierno2. Pero, de nuevo, los criterios fueron significativamente distintos: en Dakar no se otorgaron subsidios en efectivo y la asistencia alimentaria fue mínima; en Tiruppur, el 90% de las personas trabajadoras recibieron subsidios en efectivo (Figura 2).
Figura 2: Porcentaje de personas trabajadoras encuestadas que reportaron haber recibido subsidios en efectivo o asistencia alimentaria, por ciudad
El acceso a la asistencia alimentaria fue relativamente alto en las tres ciudades de la India –Ahmedabad, Delhi y Tiruppur– gracias al rol que jugaron las organizaciones de las y los participantes para facilitarlo. En Ahmedabad, por ejemplo, un informante clave reportó que SEWA (Asociación de Mujeres Autoempleadas, por su sigla en inglés) facilitó el acceso a raciones de comida, máscaras y desinfectante de manos, proveyó información a sus miembros sobre a dónde recurrir para obtener tarjetas sanitarias, y creó un programa de créditos renovables sin intereses para que las vendedoras puedan abastecerse de mercadería. De manera similar, HomeNet Tailandia en Bangkok jugó un rol crucial otorgando apoyo a sus miembros para que puedan acceder a subsidios en efectivo mediante su registro en el sitio web gubernamental correspondiente, como también ayudó a sortear otros obstáculos.
En otras ciudades, las personas trabajadoras que participaron del estudio tuvieron más dificultades para acceder a los subsidios en efectivo y a la asistencia alimentaria. En algunas instancias, los gobiernos carecieron de las relaciones necesarias o de la voluntad política para distribuir medidas de auxilio a las personas trabajadoras en empleo informal. En las palabras de un informante clave en Ghana, donde solo el 15% recibió asistencia alimentaria: “Creo que el gobierno decidió a quiénes otorgar los elementos de asistencia con su propio criterio. Fue principalmente a líderes municipales, ONGs, candidatas y candidatos de partidos políticos y otras organizaciones de la sociedad civil... Pero no sé si alguno de esos actores involucraba a las personas trabajadoras en empleo informal. Muchos [trabajadores y trabajadoras] se quejaron de no haber recibido los programas.”
¿Cómo enfrentaron las pérdidas las trabajadoras y trabajadores?
Con la caída de los ingresos y la falta de apoyo por parte del gobierno, las personas trabajadoras implementaron sus propias estrategias para hacer frente a la crisis. Estos métodos reducirán significativamente su capacidad de recuperarse de la crisis de manera definitiva en términos financieros. Muchas debieron excavar en sus ahorros, pedir dinero prestado y empeñar sus valores –y como la mayoría de ellas vive de lo que ganan día a día, recuperar esos valores es un desafío de largo plazo–.
Vivir de los ahorros
Las trabajadoras y trabajadores reportaron haber agotado sus ahorros para compensar el déficit generado por la pérdida de sus ingresos. Esta fue una práctica muy extendida; solo en dos de las 12 ciudades, una cuarta parte de las y los participantes debieron acudir a ella. Las entrevistas también sugieren que, si las personas encuestadas no utilizaron sus ahorros, quizás se pueda explicar por el hecho de que sus ingresos eran tan bajos antes de la pandemia que carecían absolutamente de ellos.
Todo fue muy sorpresivo. Nos asustamos y nos preocupamos porque no teníamos ahorros para sobrevivir todo ese tiempo [durante el confinamiento] y no podíamos trabajar. Nos quedamos en casa para cuidar nuestra salud, pero ahora nos preocupa saber de qué vamos a vivir.
Con respecto a qué se destinó el dinero, muchas de las personas entrevistadas dijeron que utilizaron sus ahorros para pagar gastos esenciales, como el alquiler y los servicios, en especial la electricidad.
Figura 3: Porcentaje de personas trabajadoras encuestadas que reportaron cada estrategia de supervivencia, por ciudad
Pedir dinero prestado
Otra estrategia para hacer frente a la crisis (utilizada por el 43% del total de la muestra) fue pedir dinero prestado u obtener créditos. En cuatro de las ciudades, la amplia mayoría de las y los participantes reportaron haber asumido deuda como estrategia de supervivencia. Esta práctica estuvo muy extendida, particularmente entre las personas trabajadoras en Ahmedabad, India, donde se aplicaron medidas de confinamiento que califican entre las más estrictas. Su recuperación se verá obstaculizada por el hecho de tener que saldar esas nuevas deudas al mismo tiempo que intentarán restablecer sus medios de sustento.
Los datos arrojados por las entrevistas señalan un amplio rango de fuentes de préstamos. En algunos casos, las personas trabajadoras se apoyaron en su relación laboral: algunas personas trabajadoras del hogar, por ejemplo, pidieron dinero prestado a sus empleadoras y empleadores; algunas trabajadoras en domicilio hicieron lo mismo con los intermediarios. En Dar es Salaam, entre las trabajadoras del hogar que perdieron su empleo en abril, el 71% pidió dinero a su familia, amigos o vecinos.
Muchas personas trabajadoras dependieron de sus redes personales para encontrar fuentes de préstamos. Como dijo Mohamed Attia, Director de Street Vendor Project Nueva York, en el Centro de Justicia Urbana, en abril de 2020:
Fue un momento verdaderamente aterrador; todo el mundo estaba hablando no solo de cómo iban a mantener su negocio durante las primeras semanas, sino también preocupados por su vida personal, la cuestión de la vivienda, la capacidad financiera de llegar a fin de mes para llevar comida a la mesa. Mucha gente decía: “Estamos sin ingresos desde hace un mes. Tuvimos que pedirle dinero prestado a nuestra familia en Egipto. Tuvimos que pedirle dinero prestado a nuestros amigos.” En especial quienes de verdad no tienen acceso a otros recursos financieros; algunas personas estaban en una posición ligeramente mejor que otras. Algunos tienen una tarjeta de crédito, tienen algunos ahorros. Pero para otros, que no tienen ninguna red de contención, ninguna tarjeta de crédito, nada en qué apoyarse, todo recaía en la familia y los amigos y, literalmente, se trataba de pedir dinero prestado a la gente a tu alrededor para mantener todo funcionando y poner comida en la mesa y eso era todo.
Las personas trabajadoras en muchas ciudades mencionaron que debieron tomar préstamos para pagar el alquiler, las facturas electricidad, agua y teléfono. Y una vez que deben hacer esto, luego tienen que encontrar el modo de pagarlo en circunstancias en las que la demanda es baja y los ingresos no son más que una fracción de lo que solían ser. De acuerdo con un informante clave de Bangkok:
En una situación como esta, los conductores [de mototaxis] tienen que tomar más préstamos informales ya que para recibir los fondos estatales es necesario cumplir con ciertos requisitos, proveer información detallada y disponer de mucho tiempo para procesar el pedido. Algunas personas están incluidas en listas negras. Sin embargo, los préstamos informales se acumulan. Por ejemplo, uno toma un préstamo de un prestamista A. Si no lo logra pagar como acordado, irá a conseguir un préstamo de un prestamista B para pagarle al prestamista A... Cuando no pueda pagarlo, recurrirá a un prestamista C y el círculo vicioso es interminable.
Vender o empeñar bienes
La venta de bienes o valores fue una estrategia menos común, que solo reportaron el 10% de las y los participantes; este método deja a los hogares en situación de pobreza maniatados en términos financieros, dado que los bienes suelen ser adquiridos luego de un largo período de tiempo. También es un indicador de la desesperación frente a la pérdida de ingresos y del riesgo de pasar hambre.
Alrededor de un cuarto de las personas trabajadoras en Ciudad de México, Lima, Tiruppur y Bangkok reportaron la venta o empeño de bienes como estrategia de supervivencia. Este fue particularmente el caso entre las recicladoras en Ciudad de México y Lima, donde el 42 y el 50% respectivamente vendió bienes para sobrevivir.
Donde las trabajadoras y trabajadores están empeñando bienes económicos para salir adelante, sus posibilidades de recuperación se reducen aún más. Este es especialmente el caso en el que prestamistas informales se aprovechan de la desesperación de las personas trabajadoras, llevándolas a tomar préstamos de intereses altos, prestamos abusivos que requieren garantías.
La experiencia de una persona trabajadora en domicilio de Bangkok es ilustrativa de estos casos:
Los agentes prestamistas visitaron a la comunidad de personas trabajadoras textiles en empleo informal y ofrecieron préstamos informales, de manera que estas trabajadoras empeñaron sus máquinas de coser como garantías. Los prestamistas cobran entre 100 y 200 bahts por día de intereses. Estos usureros confiscaron máquinas de coser por incumplimiento de pago.
Medidas de alivio, recuperación y el camino que queda por andar
Cuando se les preguntó por los meses que quedan por delante, algunas personas participantes del estudio afirmaron seguir necesitando subsidios en efectivo y asistencia alimentaria para sobrevivir, especialmente las y los trabajadores mayores de edad, de quienes se espera que se queden en sus hogares debido al riesgo de contraer COVID-19. Otras enfatizaron en la necesidad de medidas sistémicas y de largo plazo; sobre todo la necesidad de extender los programas de protección social a personas trabajadoras como ellas, quienes están excluidas al mismo tiempo de las protecciones orientadas a quienes están en la pobreza y de aquellas basadas en el empleo. Los socios que participaron del estudio en diversas ciudades han trabajado con los gobiernos para ayudar a las trabajadoras y trabajadores a acceder a medidas de asistencia temporales y de corto plazo, como también medidas de protección social sistémicas y de largo plazo. Estos esfuerzos representan una pieza fundamental en el rompecabezas de la recuperación.
Pero, quizás, la opinión más ampliamente compartida por las trabajadoras y trabajadores del estudio sea que simplemente necesitan volver a trabajar. Es crucial que quienes formulan las políticas entiendan que para que la gente vuelva a trabajar de un modo que conduzca a una recuperación significativa se requiere el serio compromiso de generar condiciones laborales aún mejores de lo que eran antes de la pandemia. No es casualidad que algunas y algunos sean más vulnerables a los efectos de la COVID-19. Las consecuencias de esta pandemia son graves y generalizadas porque la mayoría de las personas trabajadoras del mundo carece de protecciones. Las experiencias de las y los participantes de este estudio dejan en claro cómo la falta de protecciones permite que la crisis mundial impacte en las personas trabajadoras desde diferentes flancos.
La retórica alrededor de la idea de “volver a construir mejor” debe ir acompañada de políticas ambiciosas que restauren los medios de sustento en términos considerablemente mejores para las personas trabajadoras. Esto ayudará a la recuperación económica y a construir mejores prácticas de gobernanza, de modo que quienes están en las oficinas públicas puedan trabajar codo a codo con quienes trabajan en la economía informal para encontrar la forma de proveer bienes y servicios de manera segura. Las personas trabajadoras organizadas son socias esenciales para los gobiernos, tanto locales como nacionales. Saben lo que se necesita para volver a trabajar en mejores condiciones. La pregunta es si los gobiernos las escucharán.
El estudio "La crisis de la COVID-19 y la economía informal", dirigido por WIEGO, fue llevado a cabo gracias al generoso apoyo del Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo.
Notas:
1. El 100% de la muestra de personas trabajadoras del masaje reportó cero ingresos. Pero el 28% de las trabajadoras en domicilio, el 45% de las vendedoras ambulantes, el 66% de las recicladoras y el 80% de las trabajadoras del hogar en Bangkok reportaron haber tenido al menos algunos ingresos en abril.
2. El 36% reportó haber recibido un subsidio en efectivo, mientras que alrededor del 38% reportó asistencia alimentaria por parte del gobierno.
Foto: Rachel Martinez ha trabajado durante 25 años como trabajadora del hogar en México y es miembro del Sindicato Nacional de Trabajadoras del Hogar (SINACTRAHO). Debido al riesgo de COVID-19, prefiere no usar el transporte público así que su esposo que trabaja como taxista siempre la
lleva a su a trabajo. Créditos: Cesar Parra