Las cooperativas nos invitan a pensar al ser humano y a su entorno en el centro de la economía. Las necesidades de un individuo, pero también de su familia y de su comunidad, son las que guían el accionar de estas empresas. Esto es esencial para lxs trabajadorxs en empleo informal, quienes representan el 61 % de la población activa a nivel mundial. Muchxs de ellxs adoptan distintas formas de la Economía Social y Solidaria (ESS) –en particular, las cooperativas–, para trabajar, producir y tener una representación política. Estas opciones surgen, sobre todo, cuando no existen las condiciones necesarias para permitir su inserción laboral en el mercado formal.
Sin embargo, existe el mito de que las experiencias de la economía informal y popular no logran transformarse en una alternativa viable debido a su falta de productividad. En este paradigma, el aumento de la productividad de dichas formas de organización de la economía sería la única vía posible hacia su formalización. En el día internacional de las cooperativas, queremos poner en duda esta afirmación.
Queremos evidenciar cómo, mediante la asociación cooperativa de lxs trabajadorxs, se puede mejorar la productividad de una empresa en múltiples sentidos. Para ello, es imprescindible preguntarnos: ¿Cómo entendemos la “productividad” en la economía? ¿Qué aportes puede hacer el cooperativismo al bienestar de una comunidad? ¿Cómo impacta eso en los niveles de productividad?
Más allá de las necesidades económicas: un sentido de la justicia social
Las cooperativas de trabajo pueden entenderse como una empresa y como una organización social. Sirven como plataforma para compartir recursos, reducir costos, ofrecer productos y servicios de mejor calidad y más completos; pero también, para gestionar y resolver necesidades individuales y colectivas, y para garantizar espacios de participación social y política de las personas.
En particular, las cooperativas de la economía popular surgen cuando sus integrantes, expulsadxs por el mercado laboral formal por diversos motivos, deben inventarse su propio trabajo para subsistir. De allí que el foco esté puesto en generar un ingreso económico, pero con el fin de garantizar la subsistencia y la vida digna de las personas involucradas. Y la lucha por una vida digna no se agota en resolver necesidades económicas.
Muchas personas no logran ingresar al mercado laboral formal por distintas formas de discriminación: por su condición económica, por su orientación sexual o identidad de género, por su condición étnica, por su condición migrante, etc. También es el caso de las identidades feminizadas; quienes, por encargarse en mayor medida de las tareas de cuidado del hogar, deben resignar horas de trabajo remunerado. La acción cooperativa permite, en esos casos, garantizar su inclusión en el mercado laboral, como también abogar por la creación de políticas que integren a estas personas en la economía, desde una perspectiva de equidad y justicia social.
Acción colectiva para transformar la gestión de residuos
Un caso ilustrativo es la experiencia del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) de Argentina, organización miembro de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP). Esta organización social, que agrupa a cooperativas y unidades productivas de diversos sectores, llevó adelante numerosas iniciativas en aras de mejorar la calidad de vida de sus miembrxs y de sus comunidades.
Cartonerxs del MTE, UTEP, frente al Congreso Nacional. Crédito: UTEP
En el campo del reciclaje, el MTE dio una respuesta organizada a las necesidades de lxs recicladorxs o cartonerxs de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Las negociaciones con las autoridades locales dieron su frutos: se lograron desde cuestiones elementales, como la obtención de los uniformes y equipos de protección personal, hasta la creación de contratos para que las cooperativas se encarguen de la provisión del servicio de recolección, transporte y alistamiento de los materiales reciclables, garantizando también el acceso cierto y exclusivo a dichos materiales.
Gracias a la acción colectiva, se mejoraron las condiciones de trabajo de lxs recicladorxs y los ingresos de sus familias. Incluso se lograron cambios estructurales, como una transformación paulatina de los marcos regulatorios de manejo de residuos. Esto llevó al reconocimiento de lxs recicladorxs, sus organizaciones y su forma de trabajo, basada en la mano de obra extensiva y coordinada, como componentes esenciales del apropiado manejo de residuos en la ciudad. Por último, el acceso a infraestructura también mejoró la calidad del servicio de reciclaje que prestan estas cooperativas.
Respuestas eficientes a necesidades colectivas
A todo lo antes dicho debemos agregar el aporte sustancial, muchas veces invisibilizado, que realizan las cooperativas de reciclado en términos ambientales. Estudios demuestran que solo con el trabajo de la cooperativa “El Amanecer de los Cartoneros”, de Buenos Aires, se evita la emisión de más de 110 mil toneladas de CO2 equivalente por año. Esto se debe tanto a la sustitución de materias primas vírgenes por materiales reciclables, como a la prevención de la quema a cielo abierto que resulta de la integración de lxs recicladorxs al sistema formal. La sociedad en su conjunto se beneficia enormemente de este trabajo que, de canalizarse en el sistema tradicional de gestión de residuos por parte de empresas públicas o privadas, tendría un impacto ambiental negativo para las comunidades.
Por otro lado, la experiencia de los Centros Infantiles de Recreación y Aprendizaje (CIRA) del MTE nos muestra cómo, gracias al poder de decisión de lxs trabajadorxs y de su vínculo con la comunidad, se pueden dar respuestas eficientes a las necesidades colectivas. Desde su creación, estos centros colaboraron en evitar el trabajo infantil y en achicar la brecha salarial por cuestiones de género: permitieron que las infancias tengan un lugar de cuidado mientras sus padres y madres trabajan y ofrecieron una alternativa para que las trabajadoras feminizadas de la economía popular extiendan sus horas de trabajo remunerado.
Miembrxs del MTE reclaman «Tierra, Techo y Trabajo». Crédito: UTEP
Estos ejemplos evidencian cómo la mejora de las condiciones laborales y del bienestar de las personas favorece la productividad (y no al contrario). Dado que las cooperativas de la economía popular son entidades que cumplen un rol integral en la sociedad, conjugando aspectos económicos, políticos y sociales, se necesitan marcos normativos fiscales que no solo contemplen su naturaleza específica, sino que también promuevan su creación y desarrollo, con el fin de profundizar sus contribuciones al bienestar individual y colectivo.
Las cooperativas de trabajo nos invitan a desnaturalizar la competencia y naturalizar la cooperación. El apoyo mutuo y la construcción de redes comunitarias pueden efectivamente acercarnos a los estándares de un trabajo digno, entendiéndolo en un sentido amplio y abarcando la complejidad del ser humano en su totalidad.