por Lucía Fernández
Las cosas no son fáciles para quienes protegen a la Tierra
Desastres recientes en dos vertederos han expuesto la peligrosa realidad de quienes se ganan la vida con los residuos del mundo. Hace pocos días, un botadero en las afueras de Colombo, Sri Lanka, se derrumbó y sepultó a casi 30 personas que vivían en las inmediaciones. El mes pasado, recicladores fueron enterrados vivos por toneladas de desechos en un vertedero en Addis Abeba, Etiopía. Repentinamente hubo un derrumbe en el enorme vertedero donde estaban trabajando y familias enteras perdieron su vida.
La magnitud de la tragedia fue enorme, pero no era la primera vez que estos trabajadores enfrentaban tales riesgos en el trabajo. Además de pasar todos los días tocando y respirando materias tóxicas, fecales y materiales peligrosos, recicladoras y recicladores han perdido la vida o han resultado mutilados por las maquinas de los vertederos, así como han enfrentado derrumbes en botaderos en todo el mundo. Pero la catástrofe de Addis Abeba es, sin duda, una de las tragedias más letales que ha ocurrido como resultado de la gestión de residuos: más de cien personas desaparecieron debajo de la basura en Etiopía, sólo un mes antes de la celebración del Día de la Tierra.
Los académicos y activistas que se dedican al estudio del reciclaje y la informalidad tienden a argumentar que estas 20 millones personas en el mundo que reciclan nuestros residuos son agentes ambientales. Si bien algunos de ellos lo son conscientemente, la mayoría de las recicladoras y los recicladores son residentes urbanos que sobreviven de los desperdicios de nuestra civilización despilfarradora. Al inventar maneras de producir ingresos para sostener a sus familias, estos trabajadores contribuyen a la preservación de nuestra Tierra. Reducen, por ejemplo, la cantidad de residuos que termina en vertederos. También contribuyen muchísimo a la industria del reciclaje, y, de este modo, ayudan a reducir el consumo de materiales vírgenes, que con frecuencia son difíciles de encontrar en nuestra Tierra de recursos cada día más agotados.
A pesar de sus contribuciones al medio ambiente, las recicladoras y recicladores enfrentan muchos desafíos en su trabajo. Son desposeídos de los residuos por tecnologías intensivas en capital y por servicios especiales privados que compiten con los servicios de reciclajes informales e históricos. Esta tendencia se está volviendo rápidamente la nueva fuerza motora en torno al manejo de los residuos. Dado que la población mundial consume el equivalente a 1,6 planetas al año, entonces ¿por qué se amenaza tanto a quienes están salvando nuestros recursos, y por qué deben trabajar en condiciones tan indignas?
Si realmente nos preocupamos por nuestra Tierra, deberíamos preocuparnos por proteger a aquellas comunidades vulnerables que están contribuyendo (conscientemente o no) al mantenimiento de nuestro planeta.
Décadas ensuciando nuestro planeta
Hemos estado contaminando nuestra Tierra con nuestra basura durante décadas, incluso siglos. A principios del siglo XIX, los ríos y océanos eran los principales espacios para disponer los desechos. Nueva York solía verter sus residuos en el Río Hudson. Estas prácticas no solamente fueron usadas por las ciudades más grandes del mundo; también ciudades pequeñas como mi ciudad natal Montevideo, Uruguay, solían verter sus residuos en los ríos locales. Sin embargo, en ese entonces la cantidad y el tipo de residuos que se producían eran mucho menos complejos en cantidad y calidad de lo que son ahora. No obstante, es difícil imaginar que se volviera una práctica común verter los desechos de una sociedad en uno de sus recursos más valiosos: sus fuentes de agua locales.
Con el tiempo, empezamos a cambiar nuestras costumbres, así como nuestras políticas públicas asociadas con la gestión de los residuos. La solución se convirtió en otra forma de contaminar nuestro planeta: esta vez el aire. Los gobiernos municipales empezaron la era de la “incineración”, en la que literalmente quemaban todos los residuos que producían, contaminando así el aire debido a la falta de filtros y tecnología adecuada.
De nuevo, una combinación de voluntad gubernamental y presión ciudadana cambió el proceso. Esta vez, la solución fue verter nuestros residuos lejos de las ciudades. Y con ello empezó la “era de los vertederos”. La salud y la higiene eran las principales fuerzas motoras detrás de la eliminación de residuos como responsabilidad pública. Esto duró de 1850 a 1970 en algunos lugares, y en algunos otros, particularmente en países en vías de desarrollo, los vertederos siguen reinando.
No fue hasta la década de 1960 que empezó a haber preocupación acerca de nuestro planeta. Primavera Silenciosa, el libro clásico de Rachel Carson, es reconocido como el punto de inflexión en el despertar de nuestra conciencia ambiental. Poco después, en la década de 1970, la gestión de los residuos comenzó a ser vista como una nueva tendencia ambiental: una que empezó a centrarse en el reciclaje, en tanto el residuo es visto como recurso y, más recientemente, como un medio para mitigar el cambio climático.
Hoy, desgraciadamente, las fuerzas motoras predominantes en torno a la gestión de residuos son los grandes negocios y los intereses comerciales del libre mercado. Este cambio se visualiza claramente en el informe del Banco Mundial “What a Waste” (“Qué desperdicio”). Según el informe, en 2012 vivían tres mil millones de personas en áreas urbanas, cada una de ellas produciendo aproximadamente 1,2 kg de residuos al día. El Banco Mundial estima que para 2025, 4,36 mil millones de personas producirán 1,42 kg de residuos por persona al día.
¿Qué significan estas cifras en lo que se refiere a los costos de la gestión? Los costos estimados para 2012 de US$205 mil millones por año por el manejo de residuos en nuestras ciudades aumentarán a US$375 mil millones en 2025. Una pesadilla para quienes se preocupan por la Tierra, y una gran oportunidad para quienes están buscando nuevos negocios. El setenta por ciento de ese aumento del costo mundial ocurriría según el reporte en países en desarrollo, lo que significa un gran conflicto para aquellos recicladores que ya están a cargo del manejo de los materiales reciclables en sus ciudades.
Dejemos de fingir: aboguemos por una inclusión real
A principios de 2017, la Asociación Internacional de Desechos Sólidos (ISWA, por su sigla en inglés) inició una campaña mundial para cerrar los vertederos más grandes del mundo. Presentaron un video que muestra las terribles condiciones de las recicladoras y recicladores que viven y trabajan en los vertederos del Sur Global. Al final del cortometraje dicen: “Se trata de la gente, no de los residuos”. Inmediatamente una pregunta vino a mi mente: "¿En serio? ¿La coalición de las principales empresas de gestión de residuos se preocupa realmente por la gente?
Meses después, la tragedia en el vertedero de Addis Abeba mi dio la respuesta más clara a mi pregunta. Al mismo tiempo que más de cien personas fueron sepultadas bajo un montón de residuos en las condiciones más espantosas e indignas, en la misma ciudad se estaba construyendo un proyecto multimillonario para convertir residuos en energía. La empresa involucrada en la construcción de la instalación para la conversión de residuos en energía expresó “su más sentido pésame a las muchas familias que han perdido seres queridos en el reciente derrumbe”. Lo que es más importante es que en lugar de estas tecnologías, la ciudad podría haber invertido en educación, reciclaje y compostaje con la inclusión de estos recicladores que ya no están entre nosotros.
Si la gestión de residuos es una responsabilidad pública y, por ello, un acto político, necesitamos preguntarnos qué mundo prevemos para nuestros hijos desde una perspectiva de gestión de residuos sólidos. ¿Cómo podemos pensar de otra manera? ¿Qué intereses queremos realmente defender? Nos encontramos en un punto decisivo, enfrentando un conflicto de dos paradigmas: la agenda neoliberal contra el modelo inclusivo. Se está volviendo cada vez más difícil reconciliar ambas partes y al mismo tiempo preocuparse por el futuro de nuestra Tierra.
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foto: Leslie Tuttle
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